Más allá de las excusas!

“Las excusas son como los ombligos: todos tenemos uno.” 

Todos, en algún momento, hemos presentado una excusa para evitar responsabilidades, justificar una falla o posponer una decisión. Tener una excusa no es, en sí misma, el verdadero problema. El punto crítico está en la realidad que hay detrás de ella.

Las excusas suelen ser un escudo que usamos para protegernos de algo más profundo:

• Miedo al fracaso.
• Inseguridad personal.
• Falta de compromiso.
• Desorganización.
• Desinterés.

Cada excusa es como una puerta cerrada que, si nos atreviéramos a abrir, revelaría una verdad incómoda pero necesaria. Por eso, el problema real no es la excusa que pronunciamos, sino la condición del corazón que la produce. Cuando nos excusamos constantemente, podemos estar encubriendo una vida sin dirección, sin prioridades claras o sin un propósito firme.

«El problema real, no es la excusa que pronunciamos, sino la condición del corazón que la produce»

Superar las excusas implica más que simplemente dejar de decirlas. Requiere autoexamen, honestidad y valor. Significa preguntarse ¿Qué estoy evitando? ¿Qué me está deteniendo realmente? ¿Qué verdades necesito enfrentar para crecer?

En la última parte, abandonar las excusas es un paso hacia la madurez personal, espiritual y emocional. Es reconocer que, aunque todos tenemos “un ombligo”, no todos estamos llamados a vivir bajo el control de nuestras justificaciones. Hay algo más grande esperándonos del otro lado de nuestra sinceridad.

Nuestras excusas cubren una visión limitada de lo que Dios puede hacer a través de nosotros.

A Moisés lo llamaron como libertador, pero su excusa no lo dejaba contemplar más allá de aquello que él creía ser su límite. Muchas veces creemos más en las limitantes que en el mismo poder de Dios.

Muchas veces creemos más en las limitantes que en el mismo poder de Dios.

Gedeón decía ser un niño pero el Señor, no lo miraba de esa manera, si no como un valiente Guerrero con el que iba a salvar a Israel.

Cuándo nuestra excusa se disfraza en nuestro miedo al rechazo, el Señor es quien nos llama con propósito y autoridad y el mismo  nos capacita sin importar nuestra edad o experiencia.

Jeremías se ve a sí mismo como demasiado joven, inmaduro o incapaz. Esa es su percepción, su excusa. Pero el Señor, en lugar de aceptar su argumento, le responde con firmeza y le da tres cosas que cambian todo:

No digas: «Soy un niño.” (Jer. 1:7). Dios no valida su excusa ni lo consuela en su inseguridad. Le dice claramente: “No digas eso”. Es como si Dios dijera: “Tú estás mirando tus limitaciones, pero Yo estoy mirando Mi propósito en ti.”

Dios le da una misión clara y lo guía“A todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande.” (Jer. 1:7); No solo lo llama, sino que le da dirección específica. Dios no le dice: “Ve y haz lo que puedas”, sino que le marca el camino. La obediencia de Jeremías no dependía de su experiencia, sino de su disposición a seguir la voz de Dios. Cuando Dios te llama, Él es quien define el contenido y el alcance de tu misión.

Cuando Dios te llama, Él es quien define el contenido y el alcance de tu misión.

Dios promete estar con él y protegerlo “No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová.” (Jer. 1:8); Jeremías tenía miedo, y con razón: el ministerio profético era difícil, solitario y muchas veces peligroso. Pero Dios no solo lo envía, lo acompaña. Esta promesa elimina toda excusa basada en el temor. Dios no envía a nadie solo. Su presencia es parte de la capacitación.

Dios no envía a nadie solo. Su presencia es parte de la capacitación.

Siempre vivimos amparados para no enfrentar nuestras propias decisiones. Después de pecar, Adán no asume responsabilidad, echa la culpa a Eva (y sutilmente a Dios): “La mujer que tú me diste me dio del fruto…” Esta excusa refleja evasión de culpa, algo que sigue presente en nosotros.

No podemos seguir viviendo detrás de excusas como: «no sé qué hacer», «nadie me dijo cómo sería», «no tengo experiencia», «la otra persona me dijo que lo hiciera»,»así lo hizo tal persona», o «simplemente no puedo» o «no tengo tiempo».

Podemos repetirlas mil veces, pero ninguna de ellas cambia la realidad: las excusas no resuelven, solo retrasan el propósito de Dios en nuestra vida.

Tarde o temprano, tenemos que dejar de escondernos detrás de lo que no sabemos, de lo que otros dijeron o hicieron, y asumir con valentía el llamado que Dios nos ha hecho. Porque cuando Él llama, también capacita, y cuando Él envía, también respalda.

Dios no busca personas sin ombligos, es decir, sin debilidades o sin historias difíciles. Él busca personas que dejen de vivir detrás de sus excusas para empezar a caminar en obediencia, verdad y fe. Las excusas revelan la batalla interna entre nuestro llamado y nuestras limitaciones. Pero cuando entregamos esa lucha a Dios, Él transforma nuestras debilidades en instrumentos para Su gloria.

“Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” – 2 Corintios 12:9

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